domingo, 10 de diciembre de 2017

LAS RAÍCES CULTURALES DE LA MISOGINIA Y DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, ofrecemos otra nueva entrada que, siguiendo el tema de la misoginia propuesto por el profesor Tomás Moreno, lleva por título. Las raíces culturales de la misoginia y de la violencia contra la mujer.

Las raíces culturales de la misoginia y de la violencia contra la mujer. Tomás Moreno


LAS RAÍCES CULTURALES DE LA MISOGINIA

 Y DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER






Si nos preguntásemos por la razones de la pertinaz, perniciosa y ominosa violencia ejercida contra las mujeres en nuestras sociedades posmodernas, desarrolladas y presuntamente civilizadas, tendríamos que acudir a una serie de textos (míticos, religiosos, filosóficos, éticos, literarios, jurídicos y seudocientíficos) y de obras artísticas (pictóricas, escultóricas, cinematográficas, publicitarias) representativos de la tradición ideológica misógina de nuestra cultura occidental. Enseguida, caeríamos en la cuenta de que las causas de la misma son de carácter indudablemente socio-cultural, ideológicas, y también  educativas y que ha de ser combatida, en consecuencia, desde ámbitos y por medios  educativos y culturales.
Las raíces culturales de la misoginia y de la violencia contra la mujer. Tomás Moreno            Sus “víctimas” son –han sido a lo largo de nuestra milenaria historia cultural judeocristiana, romana y greco helenística-, obviamente, las mujeres, pero sus “victimarios” no han sido sólo los mitólogos, patriarcas, teólogos, filósofos, juristas y literatos/artistas misóginos de la Antigüedad o de la Edad Media, ni acaso una turba de monjes celibatarios, ignorantes y sectarios del Renacimiento y del Barroco, ni tampoco sádicos inquisidores de antaño, sino también –eso sí, en un nivel simbólico/cultural- una gran parte de los filósofos, científicos y literatos del máximo nivel y de reconocido prestigio[1] de la llamada modernidad. Entre todos ellos han infligido a la mujer, como género y a las  mujeres como seres individuales, generación tras generación y época tras época, toda una serie interminable de agravios, insultos y ofensas absolutamente injustificados, configurando, no ya nuestra vieja tradición teológico/cultural de raíz grecohelenística, romana y judeocristiana, sino incluso nuestra más moderna e ilustrada tradición occidental (de los últimos tres siglos) como esencial y profundamente misógina. Una tradición presidida toda ella por un macro-paradigma que, podríamos afirmar, ha dominado permanentemente la historia de la humanidad durante al menos los últimos cuatro o cinco mil años, el paradigma patriarcal, el Patriarcado.
            Armelle Le Bras-Chopard ha demostrado[2] –de ello algo ya tratamos en la Introducción-  cómo la mujer aparece secularmente en el discurso masculino occidental, y por lo tanto en el discurso dominante, como un ser esencialmente diferente al varón, como un animal, no-masculino, perteneciente fundamentalmente al orden de la naturaleza. Sobre ese cañamazo tripartito una milenaria mentalidad misógina ha bordado sus falaces argumentos y ha tratado de construir sobre la mujer un discurso animalesco[3].  
            Filósofos antiguos y modernos desde Aristóteles a Hobbes, desde Maquiavelo a Rousseau, pasando por Kant, Hegel, Fichte, Schopenhauer[4], Nietzsche, y otros epígonos suyos como Otto Weininger, cayeron en ese prejuicio, en esa descalificación de la mujer, llegando a  naturalizarlas y animalizarlas como simples “cebos de la naturaleza”, para asegurar la perpetuación de la especie, al servicio de las necesidades de la misma, sometidas y asimiladas al orden de la naturaleza...y situadas al nivel de las demás hembras animales -vacas, gatas-[5]. No se las conceptualizará ya, pues, como personas, ni se las percibirá como seres humanos con múltiples y variadas formas de realización personal y existencial, sino única y exclusivamente (desde un insoportable reduccionismo biologicista) como hembras destinadas a parir, dar a luz, y alimentar a los hijos: la reproducción sería si no la única sí la función principal de la mujer: “Como las mujeres han sido creadas únicamente para la propagación de la especie y toda su vocación se centra en ella, viven más para la especie que para los individuos, y se toman más a pecho los intereses de la especie que los intereses de los individuos”[6], viene a decirnos la pensadora francesa Le Bras-Chopard.


Tomás Moreno

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[1] Salvo honrosas excepciones como Cervantes, Feijóo, Pérez Galdós, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Colombine, Federico García Lorca entre nuestros clásicos literarios españoles, y Aggripa de Nettesheim, Poullain de la Barre, Condorcet, Von Hippel, Saint-Simon, Fourier, Engels, Stuart Mill, Simone de Beauvoir, María Zambrano y Emmanuel Mounier entre los filósofos y pensadores europeos.
[2] Armelle Le Bras–Chopard, El zoo de los filósofos op. cit.
[3] Armelle Le Bras-Chopard, El zoo de los filósofos,  op. cit., p. 245.
[4] Para Schopenhauer las mujeres están incluidas en la naturaleza como mantenedoras de la trampa de la especie por medio de una sexualidad que aúna deseo y reproducción
[5] Escribe Proudhon al respecto: “La mujer es un bello animal, pero es un animal”. El pensador anarquista se refiere “al genio egoísta y personal, imperioso; el carácter áspero, el corazón brutal, en una palabra, la ferocidad de la mujer. Ya lo hemos dicho: es una gata” (La Pornocracía). Nietzsche, por su parte, se refiere en numerosas ocasiones a la mujer –“animal de presa” con términos animalescos: “Dice Zaratustra: la mujer no es todavía capaz de amistad: gatos continúan siendo siempre las mujeres y pájaros” (Así habló Zaratustra, Del amigo). “Con su garra de tigre bajo el guante […] ese peligroso y bello gato que es la mujer (Más allá del bien y del mal, & 239). Otto Weininger, en fin, afirmará: “Las mujeres se hallan más próximas a la naturaleza que los hombres. Las flores son sus hermanas y están más cera de los animales que el hombre” (Sexo y Carácter)
[6] Armelle Le Bras-Chopard, El zoo de los filósofos, op. cit., p. 234. 




Las raíces culturales de la misoginia y de la violencia contra la mujer. Tomás Moreno

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