Para la sección Microensayos, del blog Ancile, traemos un nuevos post (en dos entregas) sobre una temática de candente y muy trágica actualidad, la de dar sepultura a los muertos con dignidad, la figura de Antígona centra su desarrollo; el profesor y filósofo Tomás Moreno nos da cuenta puntual y certera de este asunto bajo el título de: Antígona y la actualidad de los clásicos.
ANTÍGONA O LA ACTUALIDAD DE LOS
CLÁSICOS
“Outoi
synechtein, alla symphilein epphyn"
(Antígona, Sófocles)[1].
I. Escrita
entre el 443 y 442 a. C., representada en las grandes fiestas dionisíacas del
441 a. C.[2],
en una época en la que los valores de la piedad religiosa de la Polis van
oscureciéndose por el avance de los ideales profanos y secularizados de
demócratas y sofistas, la obra de Sófocles
refleja a la perfección el clima social, cultural y moral de la Atenas de su
tiempo, y significa la más lúcida manifestación de la reivindicación de la conciencia religiosa y piadosa en la Atenas de Pericles (V a. C.), constituyendo además, sin duda, una
de la cimas de la tragedia griega y de la literatura universal.
La
polis ateniense se encuentra, por ese tiempo, en el cenit de su genio en todo
tipo de realizaciones filosóficas, poéticas y artístico-urbanísticas, pero
también ---tras sus victorias sobre los Persas (Salamina 480 a. C.) y el
irresistible impulso de su Thalasocracia--- en una situación de hybris o ensoberbecimiento que dará
lugar, poco tiempo después, a la fratricida guerra del Peloponeso contra
Esparta y Corinto, a la Peste y al inicio de la crisis de la Polis. Recordemos
sucintamente su argumento. La tragedia se inicia en el momento en el que Creonte, gobernante de Tebas victorioso en cruenta guerra civil, tras
proclamar un edicto por el que ordena dejar insepulto y ser pasto de las aves y
animales carroñeros el cadáver de Polinices
--traidor a la patria y fratricida--, y sepultar con las debidas honras y
honores el de su víctima y hermano Eteocles,
heroico patriota, es informado por uno de los guardianes, encargado de
velar por su cumplimiento, de que dicho edicto ha sido transgredido: al parecer
ha habido un intento de sepultar al traidor Polinices, contraviniendo así la
prohibición. En su relato, el guardián declara que alguien, ocultamente, había
esparcido "polvo sediento" (arena) sobre el cuerpo de Polinices, sin
dejar en el lugar en que se encontraba huella alguna, ni de ruedas ni de
herramientas, ni tampoco haber en él señales de que aves o perros se hubiesen
acercado al cadáver.
Antígona[3],
hermana de ambos jóvenes -que mutuamente se han dado muerte en batalla- llena
de profunda indignación por el edicto de su tío el rey Creonte, e impelida por
piedad fraternal, se rebela contra las órdenes del tirano y se dispone a dar
sepultura a su hermano Polinices. Considera que la ley de Creonte, viola
sacrílegamente las leyes divinas ("leyes no escritas", sagradas e
inviolables) muy superiores a las leyes políticas, escritas y cimentadoras de
la propia comunidad política. Tras solicitar infructuosamente la ayuda de su
hermana Ismene para poder trasladar
el pesado cadáver del hermano, Antígona emprende en solitario el piadoso y
fraternal objetivo de su enterramiento. Por la noche, aprovechando un descuido
de la guardia, cubre de tierra el cuerpo de Polinices. Seguidamente se produce
la intervención del corifeo, que marca el paso de unas horas, en un famoso
pasaje en el primer estásimo (332-375), conocido como Oda sobre el Hombre, que
se inicia con las palabras: "Muchas
cosas hay admirables, pero ninguna es más admirable que el hombre"[4],
y que constituye un himno memorable, de insondable profundidad, que ha
inspirado las más profundas reflexiones metafísicas a muchos de sus intérpretes
y comentaristas, Hölderlin y Heidegger[5]
entre ellos.
A
continuación aparece un guardián que trae atada a Antígona, tras haber sido
sorprendida en su delito, al tiempo que llega el rey Creonte. Según el
centinela, tras el primer intento
fallido de sepultar a su hermano -los guardias ya habían procedido a quitar la
arena del cadáver y después se había originado una tempestad- Antígona había
regresado por segunda vez al mismo lugar, para cerciorarse de que el cuerpo de
Polinices estaba en efecto cubierto de arena. Los guardianes la vieron,
efectivamente, con las manos llenas de
arena cubriendo de nuevo el cuerpo de su hermano y haciendo las piadosas y
tradicionales libaciones al efecto, por si éstas no se hubieran realizado
durante su primera intentona tal vez por un descuido, debido a su prisa y
nerviosismo. Es de notar la
evocación que hace el guardián del grito de Antígona ante el cadáver de nuevo
insepulto de su hermano, semejante al de un ave que regresa a su nido y no
encuentra a sus polluelos. Un grito salvaje, desgarrador, ajeno a la razón
cívica y a la lógica de la Polis, algo animalístico,
expresión de un dolor insoportable. Tras un denso, complejo y largo diálogo con
Antígona --núcleo esencial de toda la tragedia-- Creonte ordena encerrarla viva
en un antro de piedra o caverna. Con ella, sin saberlo el tirano, se ha
encerrado Hemón, su propio hijo,
enamorado y prometido de la joven doncella. Las consecuencias de la muerte de
Antígona van a ser funestas para la familia descendiente de Edipo, y
especialmente para la de Creonte. Cuando el viejo adivino Tiresias le reconviene con terribles palabras, el rey Creonte,
inquieto, ordena abrir la cueva. El espectáculo que contempla es inenarrable:
Antígona acaba de ahorcarse y Hemón se quita la vida ante los ojos de su padre.
Eurídice, madre de Hemón y esposa de
Creonte, incapaz de soportar el dolor por la muerte de su hijo, se da muerte a
su vez.
No
es Antígona
un texto clásico cualquiera, sino "uno de los hechos perdurables y
canónicos de nuestra conciencia filosófica, literaria y política"[6],
como ha escrito George Steiner –recientemente
fallecido-- en el prefacio de su magistral ensayo sobre la figura y
significación de la heroína griega. El momento de máxima tensión dramática de
toda la obra y núcleo conceptual de la misma tal vez sea el diálogo central
entre sus dos máximos protagonistas: Creonte y Antígona. En efecto, una vez
finalizado el relato del guardián, toma la palabra Creonte para interrogar a
Antígona. En esos versos y en los que siguen (hasta culminar en el diálogo
entre Creonte y Hemón, padre e hijo) se van a expresar y mostrar los conflictos
o enfrentamientos más característicos de la condición humana.
G. Steiner confiesa, en este sentido,
que no conoce ningún otro texto literario en el que se "realice" como
en éste, cada una de las cinco categorías conflictivas fundamentales que
determinan el enfrentamiento entre los seres humanos desde que el hombre es
hombre. El primero es el conflicto entre los sexos, ocasionado por la tensa relación de
dominación y subordinación entre el
hombre y la mujer; el segundo, el conflicto político, determinado por
la dialéctica ethos versus polis o por el enfrentamiento entre la
conciencia individual y el bien público, o entre las leyes divinas y las leyes
positivas o políticas; el tercero, el conflicto entre vivos y muertos,
derivado de nuestros deberes y responsabilidades para con nuestros antepasados
y todos cuantos nos precedieron en la vida; el cuarto, el conflicto religioso,
resultado del encuentro entre lo inmanente existencial y lo divino-trascendente
o de la confrontación entre la secularidad política y la piedad religiosa; y el
quinto, finalmente, el conflicto generacional, provocado
por el choque entre miembros de distinta edad y generación, entre jóvenes y
viejos, padres e hijos[7].
Es
cierto que, aisladamente, cada uno de esos conflictos han sido tematizados o
planteados en otras grandes obras literarias, pero en ningún otro momento una
creación literaria ha alcanzado dicha totalidad e integración, por la presencia
y simultaneidad de todos ellos en una misma obra. Creonte y Antígona
chocan y se enfrentan, pues, como hombre y mujer; como personificación del
poder y de los derechos de la comunidad política y como expresión de la conciencia
individual; como representación de la laicidad de la razón de estado y como
encarnación de los sagrados derechos de la
piedad familiar; como protector de los vivos y como defensora de los
muertos; como hombre frío, maduro y conservador y como joven rebelde y
apasionada, respectivamente. Por todo ello, y por la intensidad y belleza
dramáticas de la obra, no es exagerado afirmar, como algunos han sostenido, que
la Antígona de Sófocles es no sólo la
más excelente de las tragedias griegas sino la obra de arte literaria más
cercana a la perfección que cualquier otra producida por el espíritu humano.
Coinciden con esta apreciación numerosos e ilustres lectores e intérpretes de
la misma desde Hofmannsthal o D'Annuncio hasta Shelley o Charles Peguy.
En
1843 el dramaturgo alemán Friedrich
Hebbel aseguraba que Antígona era
“la obra maestra de las obras maestras, con la cual no puede compararse nada de
lo antiguo ni de lo moderno”. Hegel -que
mostró su fascinación por la heroína en la sección v (C, a) de su Fenomenología
del espíritu, aunque sólo la nombre en ella dos veces- se refería a la tragedia
considerándola una de las obras de arte más sublimes en todos los aspectos, más
consumadas que el empeño humano haya
jamás creado y en sus Lecciones de Historia de la Filosofía
llama a la heroína "la celestial Antígona, la más notable de las figuras
que haya aparecido en la tierra". Para Hölderlin, autor de una célebre versión de la
tragedia, Antígona es no solo la suprema obra de arte sino la opus
metaphysicum por excelencia. Y, finalmente, André Gide confesará en su Diario
que no se ha escrito nada más hermoso que el Prometeo de Esquilo y la Antígona
de Sófocles. Valgan estas cuatro
citas y valoraciones, elegidas entre varias docenas de elogiosas opiniones para
hacernos una idea de la grandeza de la obra y del reconocimiento universal del
que ha gozado a lo largo de los tiempos. (continuará).
TOMÁS
MORENO
[1] "No he venido al mundo para odiar sino para
amar" o también: "Mi naturaleza me dicta unirme en el amor, y no en
el odio". Entre las versiones de Antígona
en castellano véanse: "Tragedias de Sófocles" traducción de I.
Errandonéa, Alma Mater, Barcelona, 1959-65; Sófocles, "Tragedias", trad. Luis Gil, Guadarrama, Madrid,
1968; Sófocles, "Tragedias", trad. Mariano Benavente, Biblioteca
Clásica Hernando, Madrid, 1971;
Sófocles, "Tragedias", trad.
Assela Alamillo, Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2000. Para una
penetrante interpretación de la obra véase: Marta C. Nussbaum, cap. 3: "La
Antígona de Sófocles: conflicto, visión, simplificación" en La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la
tragedia y la filosofía griega, Visor, Madrid, 1995, pp. 89-128.
[2] Se cuenta que esta
tragedia fue representada en Atenas treinta y dos veces sin interrupción y que
los atenienses quedaron tan entusiasmados en la primera representación que
ofrecieron al autor el gobierno de Samos.
[3] Fruto de la unión incestuosa de Edipo y su madre
Yocasta, se considera "víctima" inocente de una maldición originada
por la culpa que ella no cometió.
[4] El hombre es calificado con el vocablo "deinós" (admirable, terrible, pavoroso, monstruoso, siniestro, y también extraño
o violento, porque sobrepasa los límites de lo normal o
familiar y desemboca en la hybris),
[5] Cfr. Martin Heidegger, Introducción
a la metafísica, Gedisa,
Barcelona, 1995.
[6] George Steiner, Antígonas.
Una poética y una filosofía de la lectura, Gedisa editorial, Barcelona,
1991, p. 13.
[7] Cfr. George Steiner,
Antigonas. Una poética y una filosofía de la lectura, op. cit., pp.
179-210. Podría aún añadirse un sexto conflicto: el que se establece entre
hermanos (Eteocles-Polinices) y/o hermanas (Antígona-Ismene).
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