Para la sección de Narrativa, del blog Ancile, traemos este nuevo relato de nuestro amigo y colaborador Pastor Aguiar, esta vez con el título, Espacios vacíos.
ESPACIOS VACÍOS
Faltaban detalles para completar un cuadro real: espacios vacíos donde pudo haber muebles, o personas, una pared color carmelita oscuro. Quizás tantas noches de trabajo al hilo con apenas tres horas de descanso diurno, y no todas las veces, porque tenía un trabajo extra martes y miércoles.
Imagina, salir después de doce horas como técnico de pruebas de sueño y trasladarme a la oficina donde, a las nueve AM, comenzaba con los electroencefalogramas a pacientes terminales, hasta las cinco PM. Llegar a casa, recostarme un rato, y de vuelta al hospital. Me duele la cabeza de recordarlo. Tal agotamiento debe ser la causa de las lagunas mencionadas en el departamento de admisión. Allí registraban mis casos para las pruebas de sueño. No había tenido tiempo para verificar cuántos serían, pero supuse que dos. La joven detrás del escritorio era nueva, estaba nerviosa con el ajetreo, el teléfono a cada rato, en fin, que tuve que alcanzarle una carpeta desde el piso.
_ Gracias, ¿cómo dijo que se llamaba? … ah, ya recuerdo, Pastor.
_ Así es, señorita. Por favor, revise el file del laboratorio de sueño para ver mis casos de esta noche.
Ella tomó un manojo de papeles y se puso a buscar.
_ Aquí hay uno, mire, ya lo vi sentado allí en el saloncito, es aquel en la silla de ruedas.
Me pareció raro que el hombre de la silla tuviera un suero conectado a su antebrazo, por lo que me acerqué para preguntarle.
_ ¿Viene para la prueba de sueño?
_ ¿Cómo dice? No, claro que nada que ver con eso. Estoy esperando para una diálisis, señor. ¿Usted me va a atender?
_ Disculpe, me equivoqué, ya lo atenderán en pocos minutos.
_ Así mismo me dijeron hace media hora, coño.
Entonces regresé a donde la oficinista.
_ Óigame, la persona que usted me señaló está para diálisis, nada que ver con lo mío.
_ Ay, me equivoqué… entonces no hay nada por ahora.
_ Está bien, eso quiere decir que tengo la noche libre.
Ya me iba cuando las portezuelas batientes hacia el interior de emergencias se abrieron para dar paso a un hombre corpulento, de mediana edad, quien salía rumbo al parqueo seguido por tres o cuatro pacientes con caras risueñas, pasándose una botella de wiski.
_ Esperen, suave, que nos van a descubrir_ Dijo el que venía delante, vestido de chofer de ambulancia.
Como yo estaba saliendo, el tipo me miró con cara de cómplice.
_ ¿Te gusta la pesca?
_ Me encanta, amigo, pero el mar está lejos de donde vivo_ Le respondí.
_ Pues nos vamos a la costa. Yo soy el de la ambulancia y estos compinches se escapan de sus salas, son fanáticos de la pesquería y del alcohol.
_ Pero cómo, ¿se ha vuelto loco?
_ Síganos, que ya le cuento.
Ya en el parqueo y a diez pasos del vehículo con la cruz
roja, me confesó entre risas.
_ En verdad soy ambulanciero, sin embargo, estaba leyendo un libro sobre esquizofrenia, y lo que son las coincidencias, hermano, acabo de descubrir que es mi debut de locura, lo sentí allá dentro, mirando las enfermeras, los enfermos aburridos; fue como un flash en el cerebro, una iluminación feliz. Al carajo esta mierda, me dije, y una voz me fue guiando. En par de minutos recluté estos pescadores y encerré bajo llave a las enfermeras. Somos libres, y vamos a vaciar el océano. Dese un trago.
El tipo tenía carisma, y sin dudarlo me di un gran buche al tiempo que nos acomodábamos en la parte trasera del vehículo.
_ ¡Agárrense, que voy a poner la sirena y a fundir este cacharro!
El auto enfiló por la autopista apuntando a las aguas del golfo de Méjico, apenas a cincuenta kilómetros, en pleno anochecer.
Mientras nos pasábamos la botella muertos de risa, yo iba tratando de reordenar mis pensamientos, y esta vez no me faltaron espacios que rellenar.
Pastor Aguiar
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