Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que pretende ser una nota añadida o adenda a pie de página del nuevo libro que se prepara para su edición y que se titula, El mal, aroma de la nada. El problema del mal en el mundo, y que para la ocasión de esta entrada se intitula: El ethos para la superación y entendimiento del mal en el mundo.
EL ETHOS PARA LA SUPERACIÓN Y
ENTENDIMIENTO DEL MAL EN EL MUNDO
El concepto de este ethos, debe entenderse un paso más
allá de la acepción de costumbre
o conducta. Acaso debe enmarcarse como el modo de ser racional que no olvida lo emotivo
que lleva al ethikos que nos enfrenta a la vida, y esta como una manifestación del
dolor, del sufrimiento. Esta idea se entiende como afronte y expresión de esta realidad dolorosa del mundo y como
parte integrante sustancial de la misma. Esta noción no debe considerarse como obligación moral, ya
que traspasa los patrones de tiempo y espacio sociales y por tanto
convencionales. No es un código de normas éticas a las que debe seguir el adepto. Tampoco un ideal mediante el que debería comportarse el que fuese
sensible a este ethos. No se trata, en fin, del suum cuique tribue
(lo que pertenece a cada uno como suyo). Su fuente no es religiosa o divina,
aunque sí puede encontrar cierto parentesco con la idea de Dios, pues, aunque Éste presupongamos que no existiera como tal, la idea de Él mismo sí permanece. Algo parecido sucede con este ethos tan
singular.
Así las cosas, no es esta una ley moral como la concibiera Kant, aunque sea también necesaria y universal y trascienda lo empírico, y su imperio o imperativo provenga de ser este ethos un fin en sí mismo, por lo que carece de instrumentalidad. No obstante, no puede considerarse que haya un deber y una voluntad que lo fundamente, por lo que su imperativo trasciende la propia voluntad en su demanda, y es universal aún en ausencia de esa voluntad, siendo la libertad un hecho que trasciende el determinismo natural, pues su ley meta-ética se presupone de esa misma libertad necesaria.
Este
ethos, aunque no se basa en factores pasajeros, tampoco se ampara
exclusivamente en la razón, pues su valor también se apoya en lo emocional, no
impidiendo un pensamiento crítico sobre lo que el mal significa cuando impregna su ser en el mundo. Este valor es libre en tanto que, sin adoctrinamiento o
condicionamiento, conduce la necesidad creativa de un intento de modificar ese mal
inevitable.
La
contemplación del dolor y el sufrimiento deben conducir a la autorreflexión, y con ella al intento de la superación de la inevitable crisis personal que supone dicho
enfrentamiento, crisis que se puede manifestar incluso con la sensación de ignorancia de lo
que somos realmente. La fragmentación de nosotros mismos es la realidad más
clara que manifiesta la contemplación del dolor y la necesidad, por eso se debe, si no de
superarlo, al menos de aceptarlo y aprender a convivir con él.
La
pregunta inevitable: ¿Quiénes somos?, que es lo mismo que decir: ¿Qué y quién
es el hombre?, me lleva a una repuesta que bien puede resultar inquietante: Es
el ser que es consciente del (y de su) sufrimiento. Lo que hace de su
esencia humana un absoluto devenir en el sufrimiento. Esta paradójica situación
lleva al hombre más allá de la característica definición del animal racional, que precisa la superación del proverbial dualismo cartesiano, pues, necesita, a su vez, de la
superación (pascaliana) del ser pensante que nos induce a la intuición de que,
a pesar, o gracias a esa vivencia del sufrimiento, podemos intuir un agente que
la naturaleza no contiene y que, no obstante, lo emparenta a las otras
criaturas con las que convive, y de cuyo sufrimiento común, no puede desertar,
pues, es consciente de sí en virtud de ese común sufrimiento.
La
emotividad, más que la razón es el nexo de unión entre las criaturas en este
ethos, aunque el hombre aspire al espíritu a través de su capacidad simbólica,
de cuyo universo seminal se nutre el lenguaje poético, el mito, el arte, la
religión. Es así que ese conocerse a sí mismo vive o se configura más que en un
acto intelectual de pensamiento lógico abstracto, en la relación emotiva con el
mundo que sufre y que posibilita la decisión creadora de cambiar y construir y
comprometerse con ese constructo y cambio.
Francisco Acuyo
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