Tercera entrega del trabajo titulado: Ética y estética de la poesía, a la sazón de: Estudios sobre literatura contemporánea, de Antonio Carreira, para la sección de Extractos críticos, del blog Ancile.
ÉTICA Y ESTÉTICA DE LA POESÍA, A LA SAZÓN DE:
ESTUDIOS SOBRE LITERATURA CONTEMPORÁNEA,
DE ANTONIO CARREIRA (III)
Un signo claro
de esta decadencia es el vacío expresivo producto del galopante narcisismo de
una sociedad que muestra un hondo vacío interior, producto por la obsesión de
la contemplación hedonista y banal del sí mismo. ¿Por qué hoy podemos
distinguir lo bello desasido de lo sublime tan fácilmente en las
manifestaciones artísticas que ofrecen al uso los representantes del arte
actual? Porque la conmoción, el asombro, el arrebato, el dolor incluso, están
descartados de los presupuestos estéticos en la actualidad. Lo plano, ramplón y
literal campan a sus anchas en los gustos y valores contemporáneos.
Góngora (de quien sabe como pocos nuestro autor) será el ejemplo más adecuado, quizá, para exponer como contraste lo que hoy ofrece la triste perspectiva de lo literario y poético español. Vemos en el genial D. Luis lo contrario a lo asequible y de monótona y clónica gradación estética, cuyos resultados difícilmente pueden ser entendidos o considerados como poéticos; en el genial cordobés lo sublime destaca por su magnitud y grandeza, por lo agreste y vívido de sus construcciones siempre extremadamente expresivas que impiden el aletargamiento del lector que se ve impelido al asombro constante. La conmoción enérgica de aquellos versos de nuestro poeta universal, cómo disienten con la horizontalidad soporífera del esteticismo manido y tedioso de gran parte de lo que se ofrece en la actualidad.
De los grandes
maestros del clasicismo, también aprendí que lo bello no puede ni debe
complacerse en sí mismo sin implicarse en lo más íntimo del proceso cognitivo,
pues debe aspirar a la sugerencia profunda, a la conmoción y a la sublimidad
con todo el aporte de complejidad que todo ello conlleva, aunque eso duela en su recepción y necesite de
nuestro esfuerzo lector para entenderlo e interpretarlo. ¿Hoy día hay interés
por este vasto dominio? Más bien diría que se entrega a la fácil complacencia
de lo inmediato y huye de cualquier atisbo de profundidad, audacia y riesgo
expresivo.
Adorno
proponía una hermenéutica de enorme interés para la contemplación de la
verdadera obra de arte, cuando decía que no tiene por qué ser agradable y
asequible, más bien al contrario, pues su percepción va mucho más allá del
placer porque en dicha contemplación conmueve el concepto habitual de
vivencia… es una admonición deal sacrificio la liquidación del yo, que
estremecido comprende su propia limitación y finitud.[1]
Lo racional (y lo inconsciente como sustrato profundo de la conciencia) se abre(n)
a una percepción honda que, a su vez, se mueve entre lo consciente y lo
inconsciente, lo racional y lo irracional.
¿Quién, a día
de hoy está dispuesto a desviarse de los principios hedonistas de la estética
actual, para estar dispuesto al desgarro y el dolor que anuncia lo que es
completamente distinto? Será por esto que, en la era de la información, lo
bello digital prepondera porque es del todo opuesto a lo que es variado,
complejo, distinto y que expone al que se adentra en él a la exposición
traumática de lo extraño y diferente.
¿Hasta qué
punto no se ignora totalmente el valor del pudor que ofrece el arte al no dar
con evidencia sus secretos que requieren en su desvelamiento el esfuerzo, el
conocimiento, la entrega y el padecimiento gozoso de su descubrimiento? La
sugerencia se sustituye por una simple, incauta, cuando no necia obviedad
manifiesta. Sin querer traer a colación una hermenéutica del encubrimiento, sí
que me parece oportuno traer a colación a Benjamin cuando nos advierte que solo
gracias a un conocimiento muy exacto de lo bello como velo, estaremos en
condiciones de aprehender el verdadero arte, porque la belleza no se comunica
ni a la empatía inmediata ni a la observación ingenua[2].
Cuando la
sociedad elimina sistemáticamente el esfuerzo, lo hace también con la
percepción de lo bello, pues muchas, muchas veces, sólo es posible alcanzar la
vulnerabilidad necesaria con ese esfuerzo requerido, pero, ¿quién quiere ser
vulnerable en una sociedad entregada al consumo de lo fácilmente deleitoso, y a
la ideología de lo ramplón y adocenado, de lo tranquilo, cómodo y trivial?
Francisco
Acuyo
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