Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevos post que lleva por título: El mundo es conciencia, y la conciencia mundo, donde seguimos indagando sobre las abstracciones como uno de los fundamentos para la descripción del mundo.
EL MUNDO ES CONCIENCIA,
Y LA CONCIENCIA MUNDO
Una de las más
graves contradicciones de algunos pensadores posmodernos, radica en su empeño
de hacer de la abstracción un mecanismo, es decir, la mecanización de cualquier
proceso racional abstracto (dixit) es la característica primordial de dichos procesos.
En realidad, como ya apuntábamos en entradas anteriores, la abstracción es un
proceso radicado en la conciencia, y como tal, no puede ni debe diferenciarse
radicalmente de la realidad que percibe dicha conciencia, acaso porque dicha
realidad no puede separarse de dicha conciencia, aunque esta afirmación suponga
algo inaudito para la convención cognitiva del mundo. El mundo es conciencia y
la conciencia, mundo.
En virtud de
lo antecedido, es por lo que, a mi juicio, los procesos matemáticos en forma de
juicios a priori funcionan y casan (mágicamente) con la realidad de lo físico.
La entidad invisible de la conciencia nos demuestra que la fenomenología de lo
que acontece es una urdimbre de vínculos, de relaciones, que hacen de la
realidad lo que es. El quiasmo de Merleau Ponty o el ámbito kantiano de lo
trascendental pueden ser unos buenos ejemplos de lo que hablamos.
La abstracción
y la percepción comparten una misma naturaleza vinculante y vinculadora. En el
dominio de las relaciones sinestésicas[1]
se pueden encontrar abundantes ejemplos de esta singularísima relación, donde
lo abstracto sinestésico da cuenta de este vínculo estrecho donde la dualidad
de lo pensado y lo percibido, siendo dos, acaban por diluirse en una especial
complementariedad, donde la conciencia es mundo, y el mundo, conciencia.
La convención
cultural y social hacen que esta relación resulte ilusoriamente dividida y
contradictoria entre aquél que observa y lo observado que, en realidad, aunque
parezcan opuestos, no los son en modo alguno. Es así que lo percibido
sensorialmente no es solo el cuerpo de la sensación, también de la abstracción
entendida como espíritu que, paradójicamente, diríase que no puede desligarse
de lo físico.
Pero, de estas
conclusiones no pueden extraerse otras fuera de la realidad del caso de lo que
la abstracción es, y donde el pensamiento posmoderno hace responsable de todas las
fragmentaciones dolosas de las que somos testigos. La sacralización de lo
social no es, desde luego, la respuesta a los problemas individuales o
colectivos, sino una desviación burda, grotesca, de la necesidad de lo
trascendente, de lo invisible, que puede ser oteado por la abstracción de la
idea y del pensamiento que, como digo, no puede desligarse de lo perceptivo o
sensorial, que en modo alguno es discontinuo, separado y que, en modo alguno, puede ser descrito como una parte, acaso la más rudimentaria, de la abstracción
matemática. Es el caso del algoritmo, triunfante en nuestros días. En cualquier caso, hay una poderosa abstracción capaz de dar cuenta de lo dinámico y de lo
vivo, asumiendo las propias limitaciones de la lógica y razón abstracta que, por
cierto, es esta misma abstracción quien las asume.
La sensibilidad y la abstracción, en fin, no están, ni con mucho tan separadas como pretenden hacernos creer algunas corrientes interesadamente ideológicas, y que dicen solo existe la concreción unitaria, temporal, de lo que les conviene y donde, sin embargo, no se puede negar ese algo más (sensitivo y abstracto) que nos hace aspirar a lo eterno, acaso porque Dios no puede mirar más que un mundo que sea su propia mirada (Corbin H.)
Francisco
Acuyo
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