Nuevos apuntes sobre las singularidades y sutilezas del fenómeno sinestésico, para la sección de Ciencia del blog Ancile, bajo el título: Sinestesia y metacognición.
SINESTESIA Y METACOGNICIÓN
Cerrábamos el anterior post bajo la sombra de
un concepto que puede resultar inquietante para algunos, sobre todo porque la
conciencia sigue siendo un problema difícil para la ciencia
(literalmente así lo definen científicos de renombre). Pero puede incrementarse aún más la dificultad si
añadimos a aquel concepto, la acepción de meta-conciencia, con las derivadas que
conlleva este supuesto, con su inevitable carga de un aire de cierto misticismo.
Pero si ahora añadimos que la metacognición derivada puede no tener nada que
ver con la experiencia que surge de disposiciones físicas, el problema para su
aceptación convencional científica se acrecienta, y si seguidamente deducimos
que acaso aquella conciencia no surge de ningún sitio, porque siempre estuvo ahí,
el extrañamiento puede estar garantizado, sobre todo porque colegimos que
aquella no es una propiedad sino la constitución fundamental del mundo.
Las investigaciones sobre la disminución de la actividad cerebral cuando los sujetos están bajo determinadas condiciones (bajo efectos de drogas psicodélicas, por ejemplo), pone en duda lo que se había creído, que era precisamente lo contrario, que la actividad neuronal aumentaba ostensiblemente bajo aquellas circunstancias, dando lugar a estados alterados de conciencia. Si esa actividad cerebral es mucho menor, ¿de dónde provienen esas experiencias tan potentes? Acaso se observa nuevamente lo difícil que es encontrar una base biológica que ratifica su origen para el fenómeno de la conciencia.
Estas interrogantes y enigmas nos hacen recordar la concepción bergsoniana de la conciencia que desbordaba el propio organismo y nos sugiere, con Huxley, que pueden estar fundamentadas estas experiencias en una conciencia transpersonal.[1] La sinestesia, ha sido uno de los fenómenos sobre los que mi humilde investigación llevada a cabo durante años, me ha dispuesto con nuevos argumentos a pensar algo muy parecido. Puede observar que tanto determinadas trasposiciones perceptivas como mezcladas o traspuestas desde la abstracción a un sentido que, tanto los estados mediante los que voluntariamente (o involuntariamente) identificamos como propioceptivos, son o pertenecen tanto a la mente como al mundo, resultando muy difícil, si no imposible diferenciarlos, de donde deducimos, que la conciencia no es solo una propiedad personal del que percibe, sino que ya estaba allí, de algún modo, en lo percibido. Que
el mundo físico sea una imagen o representación (perceptiva) de la mente del
observador (no implica que aquel no exista), será la consecuencia lógica de
este proceso que, en la sinestesia (sobre todo en la denominada sinestesia
abstracta) puede situar al sinésteta entre los ámbitos de lo sensorial y lo introspectivo.
Una de las curiosidades más fascinantes de la propia sinestesia radica en poner
en un brete a la ciencia y a filosofía analítica, ya que la recogida de datos y
su análisis no acaban de llevarnos a conclusiones que se sitúan fuera de la propia
subjetividad, ya que sus conclusiones dependen de la capacidad metacognitiva de
sus experiencias subjetivas, aunque estas sean compartidas, de donde se colige que la sinestesia
obra como una suerte de lógica de la ilusión que nos advierte cuán
lejos podemos estar de lo que consideramos como realidad.
Por
todo lo antecedido, es por lo que a través del fenómeno sinestésico, podemos
optar a una vía de equilibrio intermedia para distinguir aquella realidad,
donde la existencia de lo percibido y pensado puede ofrecer una óptica a través
de la cual podamos distinguir las contradicciones que ofrece la observancia del
mundo, y nos pone ante una realidad persuasiva (lo que yo llamo la
retórica de la sinestesia)a que nos dice que lo que está en el ámbito de la
conciencia inevitablemente existe, pero, porque en el fondo todo está relacionado
con todo. La irracionalidad de la sinestesia pone en evidencia que la razón
(convencionalmente aceptada) es la que nos confunde, con su escisión entre lo
que existe y no existe fuera o dentro de la conciencia y que responde a un propósito
(¿enigmático?) que puede estar fuera incluso de nuestras necesidades.
Es,
en fin, la sinestesia un dominio en el que se nos abre un horizonte que nos
invita a la metacognición que se realiza tanto en la introspección como en la contemplación
de lo que el mundo nos ofrece para la propia autorrealización, cuyo propósito
puede estar en algo mucho más grande que nosotros mismos.
Aquella
impersonalidad a la que puede trasladarnos la experiencia sinestésica es la que
nos sitúa en el ámbito de lo que la realidad sea, más allá de lo convencional
razonable. Intentaremos abundar sobre este punto en próximas entradas del blog
Ancile.
Francisco Acuyo
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