Traemos nueva entrada par ala sección, Microensayos, abundando sobre la figura y obra de Vasco de Quiroga, y todo de la mano del filósofo Tomás Moreno, bajo el título: Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo.
LAS ORDENANZAS DE LA UTOPÍA
DE LOS HOSPITALES-PUEBLO.
La dramática
situación de la población nativa cuando Quiroga
llegó en su primera visita a Michoacán como juez, es descrita así por Paz Serrano Gassent:
Encontró una población destruida económica, humana y
culturalmente. Su forma de producción se había sustituido, bajo las
encomiendas, por un uso extensivo de la tierra, que determinaba la pérdida de
sus antiguos cultivos y trabajos. Sus habitantes, a consecuencia de las pestes,
los trabajos forzosos, la vida en las minas o las levas para las constantes
campañas militares de conquista, desparecían o huían. Su organización social,
eliminada su estructura cultural, muertos o cooptados sus nobles, se reducía al
caos de la sumisión o la rebelión de los montes. De ahí que rápidamente
propusiera, como remedio a todos los males, el modelo que ya había
experimentado en las proximidades de México: el de los Hospitales-Pueblo[1].
Ese modelo primigenio fue, como
sabemos, el del Hospital-Pueblo de Santa Fe (que se fundó y bendijo el 14 de septiembre de 1532), experimento
cristiano-social que duraría casi treinta años y cuya “ingeniosa organización demostró ser práctica y eficaz”,
como nos recordara Fernando Ainsa[2]. Su objetivo no era otro que la
superación de esa situación de miseria, abusos e injusticia en que se
encontraban los nativos. La publicación en 1937 de un artículo del historiador mexicano Silvio A. Zavala en el que descubría las semejanzas entre las Ordenanzas
que regían los Pueblos-hospitales de
Vasco de Quiroga y la obra de Tomás
Moro, Utopía, que el juez castellano al parecer había leído en
México, en un ejemplar perteneciente al obispo franciscano Zumárraga[3],
puso de manifiesto la influencia incuestionable ejercida por el canciller
inglés en la obra y en la praxis “misionera” del obispo de Michoacán. La
lectura de ese libro fue, sin duda
alguna, determinante en la génesis de su proyecto social.
En su Información en Derecho (1535), mostrará explícitamente Don
Vasco su adhesión al ideal reformador de Tomás
Moro y su anhelo de hacer posible un mundo sencillo y perfecto donde la Utopía sirviera de método para
alcanzarlo, impregnando su magno proyecto de un conocimiento profundo del mundo
mítico y literario clásico (mito de la Edad de Oro, escritos de Luciano) y de
una elevadísima moral humanista y cristiana, procedente de la Philosophia Christi. En su escrito se
fusionan, de efecto, dichas influencias como se pone de manifiesto cuando llega
a aducir -como tesis nucleares del mismo- las siguientes razones y afirmaciones:
1) que a los indios no les faltaba sino la doctrina cristiana “para ser
perfectos y verdaderos cristianos”; 2) que el estado natural de los indios era
muy similar al de “aquellos de la edad dorada” a la que aluden tanto los
clásicos griegos como el propio Moro; 3) que “como inspirado por el espíritu
Santo”, Tomás Moro dispuso su república
utópica según “el arte y manera de aquella gente de oro de aquella edad
dorada”; 4) y, finalmente, que el humanista inglés sabía bien el griego, por lo
que debió inspirarse en la descripción de la Edad Dorada contenida en las Saturnalias de Luciano[4].
Trataría de probar en él, además,
cómo la finalidad última de su proyecto social-cristiano sería restaurar, en el
Nuevo Mundo, la inocencia perdida desde el pecado original de Adán. En este
sentido, la Utopía moreana sería el
modelo más apto y deseable para asegurar una comunidad humana despreciadora de
las riquezas y anhelante de la perfección moral, configurada como un “orden y
estado de república y de vivir en que se pierdan los vicios y se aumenten las
virtudes, y no pueda haber flojedad, ni ociosidad, ni tiempo perdido alguno que
les acarree necesidad y miseria…”. La conclusión a la que llega Quiroga es
que “el mismo Tomás Moro, inspirado por
el Espíritu Santo”, escribió “en manera de diálogo” su Utopía para que “se diese en esta Nueva España y Nuevo Mundo” ese
perfecto “y muy buen estado de república”.
Así pues, desde su obispado se
encargará en consecuencia de aplicar minuciosamente su esquema utópico en su
recién estrenada sede, dedicando su esfuerzo a aquellos poblados de dimensiones
pequeñas que hicieran más factible su plena realización empírica. Hasta su
vejez continuará con el mismo ideal, y es entonces cuando redactará las Reglas
y Ordenanzas para el gobierno de los hospitales de Santa
Fe de México y Michoacán. En ellas se estipulan las directrices que
revelan sus indudables similitudes con Utopía de
Moro. La atenta lectura de los textos capitales de Don Vasco de Quiroga
y los comentarios e investigaciones ya citados al respecto[5],
nos ofrece el siguiente perfil de la organización y estructura general de sus Hospitales-pueblos.
Desde el punto de vista económico-productivo los
Hospitales-pueblo se organizaban, como en la propuesta utópica moreana, en la comunidad de bienes, remedio eficaz
contra la codicia y la pobreza, en opinión del canciller inglés. En las Ordenanzas
de Quiroga se dispone, en efecto, que las tierras de los Hospitales-pueblo sean
bienes comunales. La distribución de productos se efectuaba mediante un reparto
común, según las necesidades que hubiera menester en cada familia. El excedente
o sobrante se guardaba en graneros para los años de mala cosecha o se destinaba
a mantener y atender a los pobres, huérfanos, viudas, enfermos, viajeros, etc.,
pudiéndose incluso vender para incrementar la caja comunal o atender a las
obligaciones que el obispo les había impuesto (como, por ejemplo, la de
contribuir a sufragar los gastos del colegio de San Nicolás, una de sus
empresas más queridas).
El sistema de trabajo también seguía la propuesta de Moro. Recordemos
que en su Utopía, el canciller inglés proponía un trabajo moderado -los utopienses no eran esclavos del trabajo-,
en el que se distinguía entre el urbano, el artesanal y el agrícola. La jornada
era de seis horas, tres antes de comer y tres después. Quiroga también establece esa misma
jornada de seis horas, y señala que los regidores y el rector del Hospital
deberán exhortar para que se acuda al trabajo de buena voluntad sin rehusarse
“perezosa ni feamente”, salvo por causas de enfermedad u otro “legítimo impedimento”,
tanto para los hombres como para las mujeres.
En la utopía moreana todos los utopienses, sin excluir a las mujeres,
aprendían desde su niñez la agricultura y algún otro oficio mecánico
(“tejedores, canteros, carpinteros, albañiles, herreros”), siendo ello
necesario por la obligación de trabajar en el campo cada dos años, permitiendo
con esto el ubicarse según su vocación urbana o rural y establecerse en
definitiva, previa licencia. En la de Quiroga
también se acepta la rotación por turnos entre la población rural y urbana;
para ello se propone que los ciudadanos aprendan tanto oficios del campo, como
de la ciudad, así como la necesidad de poseer y conocer todos los instrumentos
de trabajo, necesarios y adecuados para realizar su correspondiente oficio,
premiando a aquellos que mejor trabajasen “según la edad, fuerza, trabajo y
diligencia de cada uno, a vista y parecer de su maestro, con alguna ventaja que
se prometa y dé a quien mejor lo hiciere”,
en palabras de Quiroga. Respecto a las niñas, Moro y Quiroga coinciden
en incorporarlas, a su manera y de acuerdo a las costumbres de la época de
entonces, al trabajo por la comunidad. En sus Reglas Quiroga dedica una a “que las niñas depriendan los oficios mujeriles dados a ellas”: obras de tejer
lana, lino seda y algodón.
Quiroga
acepta en general el ideal de una sociedad sin dinero, enemiga del lujo, y sin
embargo, al igual que exigiera Moro a sus utopianos, hace recomendaciones detalladas
acerca de la sencillez y limpieza que han de mostrar la homogénea vestimenta de
sus indios, admitiendo sólo diferencias, en función del el estado civil en que
se encuentren. La crítica al lujo y al ocio, patente en la Utopía moreana, era aquí, en la de Quiroga, si cabe más dura;
herencia, tal vez, de la sobria tradición conventual, a la que se asemejaba
bastante la vida austera que proponía a sus pueblos, y que, más adelante, en
las Reducciones del Paraguay,
implantarían con notables éxito y mayor extensión los jesuitas, con su modelo
tutelar en gran medida similar, aunque algo más férreo que el de don Vasco.
La familia era patriarcal de
tipo extenso –pues incluiría a parientes de todos los grados: ascendentes
como bisabuelos, abuelos, padres, madres y descendentes hijos y nietos-
obedeciéndose como regente de la casa al varón abuelo, o al padre de familia, al igual que en Moro. El
concepto de familia en Quiroga es,
en consecuencia, muy similar al descrito por Moro en su Utopía. Moro no sigue a
Platón, en cuanto se refiere a la comunidad de mujeres, y mucho menos lo hace Quiroga quien combate la poligamia
entre los indios. En cada familia se cultivan hortalizas y flores, las
características de la vivienda revisten sencillez en el exterior, sin faltarles
la limpieza; tampoco son necesarios los cerrojos, y cada diez años se efectúa
un sorteo que concluye en la mudanza general de habitaciones. En Utopía las horas libres se dedicaban a la
instrucción y el aprendizaje de oficios, según el sexo. En los Hospitales-pueblo
la educación era sencilla, orientada
a la enseñanza de la doctrina religiosa y de la moral cristiana y al
aprendizaje de oficios, justo lo necesario para la supervivencia material y la
correcta atención al humilde espíritu de los nuevos cristianos. Así mientras Quiroga tratará ante todo de afianzar la tradición cristiana recomendando
cumplir con las distintas fiestas votivas religiosas del Hospital-Pueblo
(Exaltación de la Cruz,, San Salvador, la Asunción, San Miguel y otras) e instando
a que no se pierdan las misas de la mañana, a evitar el mal ejemplo o escándalo:
“se emborrachar o ser demasiado perezoso”, Moro
establecerá en Utopía un principio de
tolerancia religiosa sin definición concreta.
El último punto de nuestra
comparación acerca de las coincidencias y similitudes entre la Utopía
de Moro y las Reglas y Ordenanzas
de Vasco de Quiroga, hace referencia
al tipo de magistratura política
prescrito en ambas: el gobierno del pueblo implicaba una doble jerarquía, la
familiar y la popular. En los Hospitales-Pueblo
los jefes ancianos –en tanto que dirigentes de las familias- eligen en votación
secreta a un principal, que ocupará
el cargo durante un período que oscila entre tres y seis años. Y a unos regidores, que se eligen anualmente. Los
designados se reúnen cada tres días y siempre procuran el bien común y sobre
todo que los más pobres no sean perjudicados.
Por encima de estos cargos (principal
y regidores)
-que suponían un autogobierno indiano, de raíz
democrática- estaba el rector, un
eclesiástico español, encargado de la organización y tutela general (lo que
comportaba un claro y explícito paternalismo).
El principal, debía poseer una serie
de virtudes: la mansedumbre, la capacidad para el sufrimiento, y no ser más
áspero y riguroso de lo conveniente, procurando ser más amado que temido. En el orden
penal, finalmente, las Ordenanzas admiten expulsar “al malo o
escandaloso e incorregible, así como al borracho y perezoso”, previa consulta
con el rector. En los Hospitales-pueblo
no existía la esclavitud a diferencia de
lo prescrito por Tomás Moro en su Utopía en donde se la incluye como castigo por determinados delitos[6].
(Continuará).
TOMÁS MORENO
[1] Paz Serrano Gassent, Introducción, op. cit. p. 36-37
[2] Fernando Ainsa, De
la Edad de Oro a El Dorado desarrolla en este ensayo el 2º periodo de los
cinco grandes momentos de la utopía en la historia de la América latina: el
“proyecto cristiano-social de la colonización”, que continúa al momento que
predetermina el descubrimiento y que precede al momento de la Ilustración y a
de la Independencia, y continúa con la consolidación de los estados nacionales
americanos (influido por el socialismo utópico europeo) y culmina con el
momento contemporáneo.
[3] Tanto en Vasco de Quiroga como en fray Juan de
Zumárraga se unían las lecturas renacentistas y erasmistas con la novedad de la
Utopía moreana, pero con la mira
siempre puesta en el ideal de un cristianismo nuevo, reformado y evangélico.
[4] Información en Derecho en Paz Serrano
Gassent “Vasco de Quiroga, La Utopía en
América”, historia 16, Madrid, 1992,
pp. 227- 228; 229-230; y 245-246. Cf. Stelio Cro, La utopía cristiano-social en el Nuevo Mundo,
op. cit., pp. 121-122.
[5] Entre las que destacamos los de H. Lasky, Silvio Zavala, Paz Serrano y las de Fernando
Ainsa y Daniel Gómez Escoto (La Utopía de Vasco der Quiroga, Memoria
del Colegio Nacional, v. 4. México, 1949, pp. 49-78, en Revista A parte rei).
[6] Para todo lo relacionado con los aspectos jurídico y
político legislativos de Los Hospitales-Pueblo véase Fernando Gómez “El régimen
jurídico de la utopía indiana: Vasco de Quiroga (1470-1565)”, Anales del Museo
de América, Año 1999, Nº7, pp. 125-140.
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