lunes, 14 de noviembre de 2022

ORACIÓN INTRANSITIVA 1, DE MANUEL VERGARA

 De nuestro querido poeta y amigo Manuel Vergara traemos un par de entradas para nuestra sección de Poesía, que harán las delicias de los amantes del género (y sus colaterales efectos críticos  o no), y todo bajo el título de Oración intransitiva . Lo publicaremos en dos entregas.



ORACIÓN INTRANSITIVA 1,

DE MANUEL VERGARA




  Haber crecido en Ronda no es bastante para glosar a Rilke; diferente sería si estuvieras ligeramente ido. Aún así; tras la segunda lectura: ¿ya lo entiendo? Responderé que ahí es donde me aprieta el zapato: ¿Qué es lo abierto?

  Descanso. Yo tomaré de Rilke lo que me sirva a este fin. Si él me dijera: “en verdad gritaste puro como el pájaro” (Elegía VIII), nadie sabrá mejor qué es un trallazo de libertad en este aire serrano. Ronda: físicamente, un tambor entre montañas “abiertas, como para entonar los salmos”. Ni tan siquiera Toledo -con todos esos grecos-, tiene un redor heroico ni esta hondura:

                                Mi libertad: un grito levantado

                                ¡oh, alta desprotección!: Al aire, un ala

                                o, un alma.

                                                   Vastedades,

                                espacios natatorios

                                hendidos por el ángel; las heroicas

                                montañas.

                                                  ¿Y, lo abierto?

                                (los fuertes y fronteras). De repente:

                                ¡Sin números el pecho!                 

   Desde el Reina Victoria (invierno del 12 al 13) o El Castillo (desde el 51 en adelante): abismo -cuervo puro-, ya acuñan indelebles “la última impresión” para el poeta; primera en aquel niño. El espacio compartido -¿quién se lo quitará?-, de aquella Ronda estancada: Interminable posguerra, cero industrias, palacios en ruina, callejuelas; silencios, paseos -los mismos que el poeta-: las dehesas, El Tajo, El Abanico, Virgen de la Cabeza.

  Ronda, vivero de vivencias, imprimirá carácter; mas los ojos, pasado ya su tiempo, dan  poco más de sí. Los de aquel Rilke -tan viajado ya como atormentado-, miraron todo “como para aprenderlo de memoria” y, en decenas de cartas y postales, sacadas de remotos archivos por Doña Carmen Rivas Rubiales -“Viaje al sur. Rilke en Ronda” que voy citando muy de aquella manera-, lo trasmite, fiel y


exhaustivamente, a sus muy ricas y muy aristocráticas amigas. Entusiasta promotor de su hallazgo, al que dice haber llegado por un certero instinto, acaba sin embargo con “un ver ya sobresaturado.

 ¿Cómo debe entenderse que, habiendo tantas vistas en Ronda, no tenga al fin más ojos que para la figura del pastor?: Pues sólo eso quiere llevarse a París tras diez semanas en la Ciudad del Tajo. Explicación: en Ronda dio ya por terminada “la obra de los ojos” (Abro un paréntesis: Hoy precisamente 2/9/22, la etapa de “La Vuelta” tiene salida en Ronda y en Montilla la meta: Que es como llegar de Orson Welles, Rilke o, Zuloaga, al montillano José Garnelo: profesor de Bellas Artes en Barcelona de un adolescente Picasso y, maestro -la obra de los ojos-, en el más académico realismo). Ya es inminente la crisis de Picasso: -fin de la perspectiva- y, de toda la cultura europea.

 

  Para Rilke no habrá ya otro mirar ni otra realidad que la “del grande y oscuro no-ser-más del mundo” (Trilogía española, 1) que se escapa, indecible. Pues,

 

 

                              lo nuestro es: ignorar la salida

                              de nuestra extraviada circunscripción interior.

                                                                                                    (“Al ángel”)

 

 

  ¿De qué “salida” habla? Años más tarde Heidegger lo explica: Salir de ese “recinto” interior (el, en apariencia inevitable, saberse-a-sí…, de la conciencia moderna), requiere una “educación en el pensar” que -caso del poeta-, haga una sola y única cosa “de mí y del sentimiento…”; no más. Y nada menos: Ser tan solo una cosa; tan una sola cosa como lo es el pastor con todo el cosmos encima y la nobleza de un dios. Su rebaño, su honda; “lento el paso, no leve, con cuerpo pensativo, pero magnífico”, que:

                         Alternativamente avanza y se detiene, igual que el día mismo,

                         y las sombras de las nubes

                         le atraviesan como si morosamente el espacio

                         pensase pensamientos por él.

                                                                           (Trilogía Española)

 

  Esta imagen es la que quiere llevarse a aquel “espeso bullicio” de París para disponer, entre la multitud anónima, del “silencioso alivio del rebaño”

  Lo que parece (¿) querer Rilke es un trasplante mental; ser un momento, el pastor, el campesino ruso, cuya piedad conoció: Tan pegado a la tierra//a la sierra; tan cósmicamente envuelto que el aire, morosamente piensa su pensar. Lo que es lo mismo: regresión medieval a un Dios Creador que ha hecho el cielo y la tierra; y, ha dispuesto (“la voluntad de Dios”), a cada cosa un destino. No hay mucho que objetar.

  Mas, como tal regreso es imposible, todo el discurso de Rilke será una enmienda a la totalidad de la conciencia moderna: La de aquel existente “que mora a la manera de saberse a sí mismo; cosa que no ha sido nunca ni tiene por qué ser el destino del hombre histórico” (Heidegger). Pero esto es lo que hay: un Sujeto de sí que mira, juzga y, actúa desde un presunto centro, su Yo; que -de ser sólo una evidencia pensante-, tornose en existente. “Pienso, luego existo”: Toda una truculenta mutación que sistematiza Descartes, desde que aquella noche (10-11-1619, con veinte y tres años), entre visiones-sueños, halló “los fundamentos de una ciencia maravillosa”.

  Insistimos: “El hombre se ha sublevado en la yoidad del “yo pienso”. Con esa sublevación todo lo existente se convierte en objeto (…), es absorbido como objetivo en la inmanencia de la subjetividad” (Heidegger, “Sendas perdidas”). Es así como el hombre de la modernidad proyecta y gestiona la existencia: afirmándose “frente” al mundo o, “sobre” él. No era este el caso de pastor: él estaba “en” el mundo. O, el campesino ruso o, aquel otro -permíteme un inciso-, que araba con su yunta una mañana al pie de aquella roca de Acinipo y, se entonaba cantando: Miles de años (las ruinas de un teatro romano: Ronda la Vieja) pasados; y, aquel hombre a lo suyo: Y, ese estar embebido es la envidia de este Rilke. Solución: ¿hay vuelta atrás?

                 No: esa es ya una senda perdida; una vereda ciega:

                           lo nuestro es ignorar la salida

                          de nuestra extraviada circunscripción interior     




Manuel Vergara, 

primera entrega de Oración intransitiva




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